Se conocen del gimnasio y han quedado en la puerta del Wizink para ver la conferencia de un psicólogo canadiense de 61 años, obsesionado con la Biblia (para bien), el marxismo (para mal), los peligros de “la ideología de género” y la “crisis de la masculinidad”. “Entre set y set hablamos de la vida y resulta que ambos somos fans”, dice Juan, de 28 años, que teletrabaja en ventas. Lo que ha aprendido del doctor Jordan B. Peterson: “La sociedad quiere hacernos débiles, pero él te dice: ‘Tienes que ser un monstruo y luego aprender a controlarlo”. A su compañero de sudores, Paolo, el académico, que fue profesor asociado en Harvard y es emérito de la Universidad de Toronto, le ha hecho “reconectar con la religión”. La novia de Juan se despide con un beso, no se va a quedar. “Demasiada testosterona”, ríe la chica, “aunque me he criado con dos hermanos y lo he visto todo”.
Ambos jóvenes, —como muchos de los que esperaban este lunes en la cola del evento—, van de traje, “en homenaje” al dandismo del autor superventas de 12 reglas para vivir, un antídoto al caos (Planeta, 2018) y Más allá del orden, 12 nuevas reglas para vivir (Planeta 2021), de los que ha vendido millones de copias y traducido a una veintena de idiomas. Su primera regla es ponte derecho (como se yerguen las langostas para convertirse en machos dominantes). Sus manuales de autoayuda (también hay que ordenar, no mentir, vestir como un adulto…) mezclan consejos emocionales, anécdotas personales, casos clínicos, parábolas bíblicas y análisis de Harry Potter, construyendo una particular filosofía vital que defiende la responsabilidad individual, el sistema neoliberal, el tradicionalismo social y las jerarquías patriarcales. Peterson recorre el mundo, —lleva prácticamente dos años de gira, de Calgary a Ámsterdam, de Chicago a Londres—, dando conferencias multitudinarias cada par de días. En Madrid ha llenado, 4.500 plazas un lunes, con entradas de 45 euros, a unos 300 con foto y saludo personal incluido.
En la cola del Wizink la gente le conoce sobre todo de YouTube donde amasa un ejército de 7,5 millones de suscriptores, en su mayoría hombres jóvenes. Aunque abundan, en la fila hay de todo. Mucho extranjero (la charla, en inglés, no tiene traducción), gente mayor, parejas, incluso mujeres solas. Es lo primero que sorprende a Silvia Díaz Fernández, que firma, junto a la socióloga Elisa García-Mingo, el informe de la FAD Jóvenes en la manosfera. Influencia de la misoginia digital en la percepción que tienen los jóvenes de la violencia sexual. La manosfera es el universo en internet de foros, webs, podcasts, canales de YouTube y perfiles en redes sociales marcados por la defensa de una masculinidad que se siente atacada por los avances del feminismo. “Lo peligroso del antifeminismo de Peterson es que le da una apariencia científica y tiene un currículo que lo legitima”, dice la experta, que supo del personaje en 2017 cuando un alumno de un máster de sociología le pidió una tutoría para rebatir un contenido sobre igualdad en base a las opiniones del psicólogo. “La misoginia de otros youtubers es mucho más bruta, pero este discurso edulcorado, con su envoltura de alta cultura y de sentido común atrae a un perfil sociodemográfico mucho más amplio”.
Beth Morrow, que ha venido con su madre desde Denia donde es pintora (“de paredes”, especifica), no ve misoginia alguna: “A mí me cambió la vida, estaba muy desubicada, sexualmente veía que mis amigas eran demasiado abiertas y que se nos adoctrina para odiar a los hombres, él me enseñó que no tenía porque ser así”. “Claro que es polémico”, admite el abogado Antonio Camuñas, 64 años, “como cualquiera que cuestione el statu quo actual en el que se han convertido cosas absurdas en ley divina”. Sus ejemplos: no poder fumar en los parques, los cursillos para tener mascotas o que la gente decida su propio pronombre cuando “la biología es inapelable”. Considera a Peterson “un referente ante el wokismo que nos acecha”. Lo woke, que empezó definiendo las nuevas sensibilidades de la conciencia social, se ha convertido en un insulto para personas como Camuñas —que ha regalado a su hijo un pase vip―, quien lo considera la “victimización constante de ciertos grupos en base a su identidad”.
Alejado de los músculos, los tatuajes y el griterío de otros gurús de la manosfera, Peterson despliega un halo de calma y respetabilidad muy intergeneracional. A Miguel Ángel Beltrán le han invitado su hijo y su yerno, ambos veinteañeros, que este verano descubrieron “de casualidad” en una comida familiar que todos le seguían. Los tres se han puesto traje “un poco de broma”, dice Miguel Ángel hijo, el “metalero” de la familia. Al padre le enorgullece no tanto que piense como él como que tenga la “mente abierta” ante los “argumentos complejos” del intelectual conservador. “A mi mujer le gusta un poco menos”, dice risueño, “es feminista, pero moderada”.
Peterson coquetea con toda la agenda de la llamada alt right (la derecha radical anglosajona) —repite que la crisis climática es una “pseudoreligión”, que las políticas de igualdad y diversidad perjudican injustamente a los hombres blancos heterosexuales, que la libertad de expresión está amenazada, y en general, que Occidente se desintegra—, pero el género es parte fundacional de su propio mito.
El psicólogo era un respetado y desconocido profesor universitario con una clínica privada en Toronto, que había escrito hace años una serie de ensayos sobre los rasgos de la personalidad y un libro sobre mitos y creencias en 1999. Hasta que en 2016 subió a YouTube un vídeo de más de 57 minutos titulado Un profesor contra la corrección política: Parte I, en el que despotrica sobre un proyecto de ley que incluye “la identidad de género y su expresión” entre los motivos ilegales de discriminación (como la religión o la raza). En su larga explicación, Peterson se niega a usar pronombres de género neutro (“aunque pueda ir a la cárcel por ello”) ya que “están motivados por la “izquierda radical” y hacerlo supone “ser un altavoz de una ideología asesina”.
El vídeo no tiene imágenes, solo diapositivas con texto, pero a pesar de su aridez se viralizó y convirtió al circunspecto profesor en una estrella mediática. Aunque expertos legales explicaron que su interpretación de la ley era errónea (como también diversos científicos han desmontado sus teorías sobre el cambio climático y la biología de las langostas) su éxito ha sido imparable. Acabó cerrando la consulta, dejando la universidad y dedicándose a tiempo completo a su segunda carrera, un imperio que incluye libros, podcasts, tests de personalidad, cursillos de autoconocimiento, una Universidad anti woke, charlas, seminarios, apps…
De los ateos a ‘Crimen y castigo’
La conferencia de Madrid arranca con un vídeo en el que promociona, junto a su hijo, una aplicación que ayuda a escribir ensayos. Tras un interludio musical, sale su mujer a escena y presenta al también superventas Douglas Murray (autor de La Masa enfurecida: cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura, Península, 2020) que finalmente introduce a Peterson. Durante una hora larga, el profesor, con su característico divagar, salta de un tema a otro (su nuevo libro, el antinatalismo, Job, Abraham, Jung, los ateos, Crimen y castigo, Nietzsche). El público conoce sus manierismos de internet: deambula sin parar, la mirada fija en el suelo, mesándose los rizos canosos, la voz disonante, se parece a la de la rana Gustavo, como él mismo admite. Lleva a un llamativo traje a medida de patchwork (tiene también uno azul Twitter que combina con una corbata con caras de Elon Musk y otro bicolor que simboliza el cielo y el infierno). El eje de la charla es que a pesar del sufrimiento hay que tener fe en que la existencia merece la pena, mostrar gratitud y siempre “apuntar alto”. “¡Aim up!”, repite una y otra vez. En su libro aconseja “se preciso en tu discurso”, pero el suyo es bastante reiterativo y en momentos farragoso.
Habla también de su propio sufrimiento. Su mujer superó un cáncer diagnosticado como “100% fatal”, su hija Mikahaila (en honor a Gorbachov, también podcaster) sufrió de “el peor caso de artritis reumatoide que habían visto en hospital de Toronto”. Esta vez no detalla, aunque lo ha hecho antes, que creen que se curó gracias a una dieta exclusiva de carne, agua y sal que él también sigue. Tampoco menciona hoy su propia adicción a las benzodiacepinas y posterior desintoxicación extrema en Rusia, donde le indujeron un coma, técnica que en Occidente “no tienen agallas de aplicar” según ha declarado su hija.
En redes sociales es un activo y polemista opinador de la actualidad: mencionó en X a Netanyahu con el mensaje “¡Al infierno con ellos!” y el Colegio de Psicólogos canadiense ha amenazado con quitarle la licencia tras varios tuits en los que arremetía contra el actor trans Elliot Page o la modelo de tallas grandes Yumi Nu. Pero la charla de hoy está más cerca del Antiguo Testamento que de cualquier controversia. Hay que esperar a las preguntas que el público lanza a través de una ‘app’: ¿qué opina de Andrew Tate?, ¿qué piensa sobre el NoFap [la abstinencia de la masturbación para ser más viril]?, ¿y sobre la ley trans española?, ¿qué recomendaría a un hombre joven para sobrevivir sin perder su masculinidad en una sociedad extremadamente feminista?
Esta última es de las poquísimas que contesta y recibe por ello el primer aplauso espontáneo de la noche, a pesar de que ha dado la misma respuesta muchas veces: “La jerarquía, eso que llamamos patriarcado, está basada en la competencia, sé responsable y ocupa tu posición en ella”.
A la salida Ignacio y Diego, 18 años, dicen que en directo es más impactante ver cómo va hilando temas “sin apuntes ni nada”, aunque a Jaime, 17, le parece que ha “venido a vender sus movidas más que a decir verdades”. Para Álex, de 27, la charla “ha aportado valor” a su ética, su moral y su civismo, ofreciéndole “nuevas perspectivas sobre cómo trabajar cuestiones” que le dejan “congelado”. “Hay mucho nihilismo”, añade su amigo Edu, “Jordan te empuja a buscar un propósito”. Mario, empresario audiovisual que ha venido a curiosear, no se queda hasta el final: “Me ha parecido un vendedor de humo, una teletienda de autoayuda premium. No ha contado nada, esperaba algo más antiwoke. La sensación es que no se lo había preparado”. Para la experta Díaz Fernández, la charla “ha tenido poca chicha”, pero aun así Peterson le preocupa porque “es una puerta de entrada a unos espacios digitales masculinistas que van más allá de una auto-reflexión acerca de la moralidad y convierten a las mujeres —y al feminismo— en objeto de rabia”. En la fila de detrás un grupo de amigos aplaude en pie la despedida del psicólogo y se congratula con risotadas: “¡Es el putísimo amo!”.
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