Cuando estaba acabando la ESO en un programa de diversificación curricular, pensado para que los chavales que no van bien en los estudios puedan graduarse, Denisse Guillem, que ahora tiene 19, pensó hacerse esteticién. Le pareció que “siendo chica” era un camino natural. Antes de rellenar la solicitud, sin embargo, se informó sobre las salidas laborales, le parecieron poco halagüeñas y, aconsejada por sus tutores y su familia, se matriculó en un ciclo medio de Técnico en Mecanizado, una de las familias profesionales de FP donde la presencia de mujeres sigue siendo ínfima. Guillem, a quien siempre le habían atraído las manualidades, comprobó enseguida que le gustaba y se le daba bien. En segundo, su instituto, el Miguel Altuna de Bergara, en Gipuzkoa, la eligió para ir a un concurso en Santander donde compitió con compañeros de otras autonomías. “Nos daban un plano y tres horas para hacer una pieza de maquinaria industrial que llevaba rosca, ranurados, dos cilindrados interiores… Era un reto de cuidado, porque eran medidas grandes y había que hacerlo al milímetro. Casi todos los demás participantes eran hombres mayores con experiencia, y me intimidaron mogollón”. Denisse acabó en dos horas y media, y ganó.
Ahora estudia un ciclo superior en Producción de la Programación Mecánica. Es la única chica en clase. Se sienta “en primera fila, en medio, atenta”. Trabaja en la misma empresa donde empezó a hacer prácticas con 17 años para pagarse la habitación donde se aloja (es de Mondragón). Y a veces piensa en formar su propia empresa, y que esté integrada, sobre todo, dice, por mujeres. “Porque, ¿dónde se ha visto una empresa de mecanizado donde la mayoría sean mujeres? Sería una gozada. Pero es algo a largo plazo. Todavía tengo que reunir mucho dinero”.
Los datos del Ministerio de Educación muestran que el porcentaje de mujeres en la mayoría de ramas de FP vinculadas con la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés), normalmente vinculadas a la industria, es muy bajo ―como sucede, a otros niveles, en las carreras universitarias de las mismas áreas de conocimiento, y en el bachillerato tecnológico―. Sobre todo, en los ciclos formativos medios: instalación y mantenimiento (2,2%), fabricación mecánica (3,7%), electricidad y electrónica (3,4%), informática y comunicaciones (7,2%). Las estadísticas también indican que la situación apenas ha variado con el tiempo, como ha comprobado Lore Orozko desde su puesto de orientadora en el centro público de FP Virgen del Camino de Pamplona. La pequeña mejora que ha observado procede de “mujeres más mayores, de más de 26 años que no encontraban trabajo con sus estudios anteriores o no les satisfacía”.
La situación de los ciclos formativos STEM es grave porque refleja el mantenimiento de un estereotipo social hacia las profesiones, uno de los frenos a la incorporación de las mujeres a estas titulaciones, afirma Silvia Muriel, experta en incorporación de la perspectiva de género. “Y es grave también porque son sectores con mucha empleabilidad y condiciones laborales bastante buenas, y apenas hay mujeres”. Debido a sus características estructurales y a la tradición sindical, la industria y el sector metalúrgico proporcionan empleos más estables y mejor pagados que buena parte de las titulaciones de las familias de FP más feminizadas (donde las mujeres superan en algún caso el 90%), como Imagen Personal o Servicios Socioculturales a la Comunidad, de los que forman parte respectivamente, entre otros, los ciclos en Estética y Belleza y Atención a las Personas Dependientes.
Para averiguar las razones que explican dicha brecha de género en el ámbito STEM y proponer medidas para superarla, medio centenar de institutos públicos de Gipuzkoa y Navarra ―con el Miguel Altuna, el Virgen del Camino y el Meka de Elgoibar como referentes― han participado en el proyecto Somos las FP (Futuras Profesionales), financiado por el Gobierno, dentro del plan de recuperación, con 189.330 euros de fondos Next Generation de la UE. El trabajo, que sigue en marcha, ha incluido encuestas a 3.300 alumnas de FP ―tanto de ciclos STEM como de otras ramas― que revelan, por ejemplo, que casi la mitad de las chicas, el 42,8%, consideran que “los lugares de trabajo donde los hombres son mayoría ―como aquellos a los que conducen las titulaciones STEM― no están preparados para que vayan a trabajar mujeres”.
Muriel, responsable de la parte técnica del proyecto, cree que ello debe llevar a las industrias a “potenciar sus planes de igualdad y realizar iniciativas conjuntas con los centros de formación para difundir cómo están promoviendo entornos de trabajo seguros”. Y Josune Irizabal, que empezó a enseñar en FP en 1998 y ahora tiene entre sus funciones en el instituto Miguel Altuna la relación con las empresas, cree que el dato responde, en parte, a una visión antigua sobre esta clase de trabajos. “Cuando empecé sí que, a veces, al decirles que les mandabas a una mujer a hacer prácticas, te decían: ‘uy, mejor un chico’. Pero eso sí está cambiando, el género ha perdido importancia. En general, lo que quieren ahora las empresas son personas con talento, capacidad de trabajo y ganas”.
La madre y el padre
Quien más influyó en la decisión de las 3.300 alumnas encuestadas en el proyecto a la hora de elegir los estudios fue la madre, en un 23,3% de los casos, seguida de las amistades, 18,4%, y el padre 15,3%; la familia cercana, 14%, y un docente en concreto, 13,8%. Pero si, del total, se toma solo a las estudiantes que cursan la rama STEM, los porcentajes varían, y la mayor influencia pasa a corresponder al padre, con un 48,8%, seguida de la madre, con un 43,1%. Ello parece inscribirse en el hecho de que contar con información de primera mano sobre el ámbito STEM es un factor determinante a la hora de que las chicas lo elijan, según otras conclusiones del estudio. Y puesto que se trata de un sector laboral muy masculinizado, es esperable que los padres puedan proporcionar más información directa.
Lucía Arlanzón, de 19 años, alumna del grado superior de Mecatrónica Industrial en el Virgen del Camino, es una de las tres alumnas (de 40 estudiantes) de su titulación. “Cuando entré, tenía un poco de miedo de cómo iba a ser la gente y cómo nos iban a tratar a las chicas, y hemos tenido suerte porque nos llevamos todos bastante bien”, comenta. En su caso, la influencia le vino de ambos lados: “Mi padre está en Acciona y mi madre en una contrata de Volkswagen. Siempre han estado con el convenio del metal, y me animaron por las salidas laborales”, cuenta. Su madre, Marian Romero, también cree que ni el ambiente industrial ni el propio trabajo, que ahora está muy mecanizado, son como antes: “Yo les diría a las chicas que, si les gusta una mecánica, una electricidad, una carpintería o lo que sea, tiren adelante, porque son igualmente capaces de hacerlas que un hombre”.
Muriel cree que, además de los estereotipos, que van arraigando en las niñas desde pequeñas y al terminar la ESO llevan a las adolescentes a “no elegir algo que su entorno considera raro”, en el bajo porcentaje de alumnas en ciclos STEM también influye “el nivel de autoexigencia que tenemos las mujeres en los estudios”. “Llama la atención, en sus respuestas a la encuesta, el bajo autoconcepto que tienen. Es como si las mujeres tuviéramos que tener muy buenas notas o unas habilidades especiales para ir ahí, cuando dudo que los chicos que hacen mecatrónica o mantenimiento industrial tuvieran notas excepcionales en matemáticas, ciencias y demás”.
Para aumentar la proporción de alumnas es necesario, opina Orozko, “visibilizar a las mujeres en entornos industriales y tecnológicos”. “Y no solo las grandes científicas, que a muchas de las alumnas les puede parecer un referente lejano y pueden pensar que para llegar ahí han tenido que estudiar muchísimo, sino una soldadora, una electricista, una fontanera… Yo no he conocido ni una fontanera. Las alumnas necesitan que esos referentes vayan a los centros educativos, o que los centros educativos vayan a las empresas”, afirma la orientadora del Virgen del Camino, que cree, además, que debe empezar a hacerse a edades tempranas para intentar contrarrestar pronto los estereotipos. Su instituto mostró el curso pasado todo lo que hace a alumnado de sexto de primaria (11 y 12 años), procurando que en cada clase hubiera al menos una profesora para explicarles el ciclo. Y próximamente tienen pensado repetirlo con estudiantes de cuarto de primaria.
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